sábado, 14 de marzo de 2015

LINAJE ANFIBIO


A raudales los ecos que asisten a la memoria definen un nítido paisaje. La corteza (digo fronda, tallo, raíces) de sus árboles aguarda sus códigos más allá de cualquier catálogo. La huella de quienes desbrozan el surco en el cultivo del grano feraz es de una recurrente reciprocidad.

En sus lluvias, el ciclo infinito del tiempo no entrega sino su música asida al canto de los gallos y al croar de una rana milenaria. En sus ríos un calendario solar inaugura surcos donde sus hombres anclan redes que atrapan lunas y pájaros en llamas.
Tierra de agua que asocia un linaje anfibio, sus cifras tatuadas son memoriales para descifrar sus íntimas conexiones.

Geografía que condensa las líneas de un cuaderno de infancia donde se revelan sus juegos, aromas, colores, decires y adivinanzas (la picardía de un ojo que aún permanece entreabierto) en un globo que recorre mis noches en duermevela, insinuándome un astro fugaz, un amanecer/atardecer insomnes, las eternas acechanzas de la fugacidad que una persistente como terca escritura pretende atrapar.

Entonces, la memoria aguarda esas voces para nombrarte en el caudal del río donde el insomne pescador escruta el cardumen y las aves del agua hunden su vuelo en el celaje, en sus riberas se airean ciudadelas de agua mientras una embarcación es guiada por un destello silencioso.

Digo cántaro que te nombra para no olvidarte, nombro guasábara  para volverme piel híspida y anclo en un marullo de río que se hace memoria sin amanecer. Sólo gota de rocío, olor de malabar, destello del alba que deshace torpes consejas. Pasos que regresan y apenas si rozan una higuera  encendida en el bosque.

Ecos de esa memoria que en silencio te nombra.

ALEXIS FERNÁNDEZ